PROLOGO
Por Coco Bedoya
A pesar que desacuerdo con las interpretaciones del arte en función de su época, los cuadernos de dibujo de Alejandro Lawson -o sus “vitácoras (sic) de viaje”, según el nombre que eligió para ellas- necesitan de contexto.
Conocí a Alejandro cuando era muy joven, en un brote de rebeldía adolescente. Tenía 15 años, se había pasado de manos y abandonado la escuela y sus estudios secundarios. Cuestionaba todo. Pateó el tablero y se fue de su casa para refugiarse donde su prima Mercedes en la casona del barrio de Flores en la ciudad de Buenos Aires, donde yo vivía y se hacía arte y política.
Esa esquina de Rivadavia y Bolivia, en los inicios de la década de 1980, era el lugar de encuentro de artistas, estudiantes, militantes contra la dictadura argentina, pero, como se ve en las páginas que siguen, fue un espacio donde el malestar de un joven que no soportaba la represión ni la censura se transformó en otra cosa.
Por esa casa taller circulaba información sobre el arte allende las fronteras, sobre la resistencia a las dictaduras en el resto del continente.
Alejandro estaba extremadamente susceptible. Molesto. Sensible. En esa casa experimentó con todo lo que pudo. Fue allí donde conoció la obra de los artistas peruanos que, en 1979 y en el barrio de Barrancos en Lima, habían organizado, Contacta, un Festival de Arte Total, inspirados por el trabajo con la basura, los desechos y la claridad conceptual. Más allá de las obras dadaístas y el pop, un arte que discutía con el consumo desde el reciclaje radical, la energía y la vida propia de los objetos arrojados a las calles, a los techos de la ciudad.
No recuerdo que Alejandro tomara clases de dibujo, pero sí su interés por las obras de esos grupos, es decir por los documentos fotográficos de las acciones de Paréntesis y Huayco. En una época como aquella donde la comunicación y la transferencia de un lugar a otro eran de otro estilo, Alejandro, en esa esquina de Flores, se encontró con el arte peruano y con la libreta de apuntes del escultor sueco Claes Oldenburg (1929-), quizás el modelo de lo que se desarrollaría con la exasperación y pasión que se ven en las páginas que siguen, hoy editadas y diseñadas por Alfredo Baldo.
Alejandro redactó, esbozó y escribió sus bitácoras con birome, con bolígrafos a tinta azul y negra, los útiles de la escuela. Allí hay todo tipo de grafismo y de letras. Son la puesta gráfica de sus ideas, de sus proyectos, de su intimidad y de su interés por la física, lo tenebroso, la brutalidad, lo fantasmagórico y lo espantoso. Todo bajo la forma de un trazo infantil, transparente. Porque no hay nada que ocultar en ese acto con el que Alejandro saca conejos de la galera. Lejos de lo bueno, lo bonito y lo barato, allí aparece la profundidad amorosa de lo malo, y el sabor de lo feo, la confirmación que lo más caro de lo que poseemos en nuestro haber es la palabra y los modos de dibujarla.
Sus notas nombran los materiales, la escala y sus intenciones burlescas. Un dibujo mental, un reflejo de su autor, de sus pesadillas de loco en el diván, pero también del arte salido de los hospitales psiquiátricos, de las cárceles, del arte brut y la ingesta de alucinógenos.
Celebremos la edición de estas “vitácoras”, un viaje fantasmagórico a los esperpentos de alguien que no pretendió ser artista. Una invitación a dibujar las sensaciones como un niño. Una propuesta teatral que interpreta las escenas de los famosos y copetudos de la Buenos Aires de entonces. Un testimonio de su existencia.
Fernando “Coco” Bedoya, Buenos Aires, diciembre de 2021
Fernando “Coco” Bedoya Torrico (Borja, Amazonas, 1952), pintor y grabador peruano radicado en la Argentina desde fines de la década de. 1970, constituye una figura bisagra entre las experiencias conceptuales del activismo artístico en el Perú y la Argentina. Sus obras pueden consultarse en https://independent.academia.edu/FernandoBedoya1
VUELO
por Alejandro Lawson
Vine a este mundo el 24 de julio de 1964 a las 1:35 horas AM, en Capital Federal, República Argentina.
Empecé con la primera bitácora de vuelo en 1978 a los 14 años en los “años de plomo” durante la dictadura militar en Argentina.
En el comienzo de este trabajo que me ocupó hasta 1987 en que me fui de viaje por 20 años fuera de Argentina a los 23, las bitácoras fueron una suerte de amalgama de dibujos, ideas, relatos de sueños raros, incluso algún que otro invento. Incluían también dibujos recortados y pegados que fueron hechos en su momento en otro soporte de papel.
Las siguientes bitácoras ya tomaron una dinámica algo más ordenada pero con el mismo fin: plasmar la enorme cantidad de visiones e ideas que me venían a la pantalla mental. Si bien no me considero buen dibujante, al tratar de plasmar lo dicho, esto se me daba con mucha facilidad al punto de sorprenderme a mí mismo con la calidad con la que me salía.
A mis 15 años, hubo un incendio en mi habitación producido por una vela dejada sobre mi mesa de trabajo. Yo estaba borracho y fumado y me desperté por el humo y el fuego, por suerte pude atinar a empapar una toalla con agua y conseguí apagar el fuego por superposición, la bitácora N° 1 sufrió quemaduras pero no se perdió nada del contenido.
Luego siguieron las bitácoras 2, 3 y 4 en las que me exploto más severamente la imaginación, las visiones y las bajadas de línea posiblemente desde la pensamentósfera, alguno de los planos astrales y sobre todo el plano onírico y por supuesto de las influencias de las plantas maestras de las que por aquella época yo aprendía, hablo de cannabis y mescalina y de mi gran amigo y rector El Mezcalito.
La música psicodélica instrumental dura de los primeros discos de Pink Floyd y la música ambient de Philip Glass, Robert Fripp, Brian Eno y Jon Hassell, también me aportaron toneladas de imágenes sensoriales, hechos y actos plásticos de todo tipo, en ocasiones híper veloces y vertiginosos, no siempre fáciles de congelar en imágenes mentales para luego ser dibujadas.
Paralelamente a la confección de las bitácoras, realicé varios cuadros al pastel y carbonilla y esculturas en diversos materiales y técnicas varias que aprendí de mi profesor Fernando Bedoya, casado con mi prima Mercedes.
En abril de 1987 partí a un viaje que en teoría duraría un año, con un billete de la PANAM pero que terminó durando 20 años hasta mi vuelta a Argentina en 2008. Unas semanas antes de la partida realicé fotocopias de las 4 bitácoras en previsión de que en mi ausencia se perdieran los originales que quedaron en Argentina guardados por 21 años.
Y es que finalmente en 2021 decido tomar cartas en el asunto y publicar todo mi trabajo, tanto las bitácoras como los dibujos y esculturas que se salvaron del paso del tiempo.
Mi intención actualmente es aceptar pedidos de ejecución de las obras descriptas en las bitácoras, en las dimensiones y materiales que el ordenante pretenda. Un trabajo a medida.
Alejandro Lawson
Martínez, Provincia de Buenos Aires.
Viernes 28 de enero de 2022.